lunes, 16 de mayo de 2011

15 maio 2009. guimarâes














Sueño que llevo la moto de Jesusete por un camino de tierra y él va de paquete. Ya me duelen las muñecas de aguantar los baches y le digo que no la llevo muy bien. Entonces agarra el manillar con los pies y acelera a tope. Le digo, asustado, que prefiero llevarla yo, pero me responde que ahora viene una zona de curvas que le encanta.
Nuestras ventanas dan a un pequeño huerto con palmeras. Portugal está lleno de palmeras. Muy poca gente fuma. Está prohibido en los sitios públicos. Se fuma en las puertas de los bares, pero poca gente. En algún club o asociación se ve a alguien sacando medio cuerpo por la ventana y con el cigarro en la boca. Otra diferencia con nosotros es que el campo está limpio y no tan churroso como el nuestro, donde los agricultores suelen amontonar trastos y bolsas de plástico. Aquí son limpios y ordenados.
Desayuno en El Milenario. Me gusta mucho, hago fotos como loco. El camarero me sube, por una escalera estrecha, a la sala de juegos, donde descansan dos mesas de billar tapadas, un futbolín de madera y un reloj de publi de un refresco bastante chulo. Me asomo por la ventana, un limpiabotas descansa en el largo.
Hace un día estupendo. El Milenario es como un casino de pueblo, con gente con gorra de esas de visera.
 Bajamos a la plaza de la Misericordia. Un perro bebe en la fuente. En una terraza al sol, pedimos unos galaos descafeinados. Justo enfrente, una de esas representaciones del viacrucis policromadas que dan más miedo que otra cosa. El Castelo es pequeño, una torre central rodeada de un muro. En San Miguel, iglesia románica con arcos simples y bonitos, hay una imagen del santo soldado de madera policromada, del siglo XIII. Vemos cosas bonitas de Paula Rego que no tienen mucho que ver con la expo del Reina Sofía. Oímos música en el café-concierto mientras nos tomamos un delicioso expreso con vistas al jardín.
Visitamos el Centro Cultural de Vilaflor, en un palacio del sigloXVII, que resulta ser la supernada llena de salas vacías, excepto en el jardín, lleno de parejitas escondidas.
En la terraza del bar Elvis, una sopa y un dibujo sin prisas. En la Alameda de San Dámaso, un paseo precioso, muchos abuelos en sus bancos rojos y unos servicios públicos preciosos y limpios. Una señora te da un papel por cincuenta céntimos; los abuelos no le dan nada. Salimos a las afueras para ver antiguos talleres, que me ponen.
En la pensión, la sonrisa de la señora nunca falla. Es más maja que las pesetas y los escudos juntos.
Cierta dificultad para cenar en intramuros, sólo la cervejaria Martins, en la Alameda de San Dámaso. Ideal para ver el fútbol. Está llena de bufandas y dejan fumar, aunque sólo una chica lo hace.

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