lunes, 22 de agosto de 2011

20may09 hué



A las 5:30 una fuerte luz me despierta. He dormido de un tirón. Beni sigue. No estamos notando los mosquitos, todavía no hemos usado la mosquitera.
Hay una discusión en la calle. Una chica pega con unas chanclas a un paisano que pone las manos para evitar el golpe.
Vamos a la Pagoda de Thien Mu. Es una pagoda de siete pisos, símbolo de la ciudad. Cada uno de ellos representa a un buda aparecido bajo forma humana. Al lado una estela sobre una tortuga, símbolo de la longevidad. Cuando la dibujo, un grupo de adolescentes me rodean. Les enseño lo que llevo de cuaderno y enloquecen. Se hacen fotos conmigo con él abierto.
Detrás hay un templo con niños monjes, que sorprendemos en la escuela, y el Austin donde, en 1963, un monje se quemó a lo bonzo para protestar contra el gobierno.
Volvemos orillando el río. Un niño nos muestra su casa-barca. Es una barca de madera con el techo abovedado, muchas familias viven así, sobre el río Perfume. El más chico es el jefe de la casa. Adoran a los niños. Son gente muy humilde. Me dejan hacerles una foto. Les doy 2000 dongs. Después recorremos la Ciudadela y allí bebemos jugo de coconut con hielo.
Relax en el hotel, hace mucho calor. Me baño y me fumo unos Vinataba sobre la cama, con el ventilador y el aire puestos. Beni se pone de los nervios ante la idea de alquilar una moto para ver las tumbas imperiales. Nos relajamos y vamos a la estación a comprar los billetes para Danang. Comemos enfrente de la estación, en unos restaurantes populares a la sombra de unos árboles gigantes. Todo bueno aunque escaso. La camarera no habla inglés y me manda a un señor para ver qué coño queremos. Huele a petróleo. Mientras me bebo el zumo, vemos pasar unas ratas bien grandes. Resulta caro para lo chusco que es, supongo que por ser turistas.
Nos sentamos en una buena terraza a tomar café, a la orilla del río. Sentados en una mesa, me tomo mi tiempo para dibujar la vida en el agua.
Con la moto, visitamos templos y las tumbas de los reyes. Monjas rapadas nos hacen reverencias. Paseamos por sus jardines, disfrutando del domingo. A la vuelta, llegamos al paseo fluvial. Hay un parque infantil con cientos de niños con sus padres. Nos divertimos viéndolos montados en esos cachivaches tan antiguos como el tren cohete estelar y los patos voladores.
Y otra vez la moto para dar la última vuelta a la Ciudadela aprovechando la hora mágica. Los jardines están llenos de paseantes pisando un suelo brillante. Los vemos desde una terraza delante de una jarra de tres litros y unas tortas con semis de sésamo.  Beni ya no quiere más moto. Allí está el dueño saltando de alegría. Es muy simpático, nos saluda cada vez que nos lo cruzamos, orgulloso de su moto y del negocio del día.
Cenamos otra vez en el Paradise Garden, en el malecón, viendo como el puente cambia de colores. Muy bien: sopa de cangrejos con setas, excelente; y el pescado grillé, que se sale, sobre todo la parte de cabeza. Nos sale por unos 5 euros los dos. Se está fresquito junto al río. Dan ganas de quedarse hasta que, día a día, agotásemos la carta.

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