sábado, 27 de agosto de 2011

24may09 hoi an - my son


Salgo a la puerta de la calle a las cuatro y media. Aquí no hay ni motobike, ni conductor.
Aquí esta el colega que masca un poco español porque estuvo en Cuba. Hablamos un idioma surrealista hecho con palabras de todas partes. Salimos a las seis, en dos motos, al santuario de My Son.
El primer grupo de templos es el más alucinante, con esta luz lateral del amanecer y el sonido de las chicharras. Aquí solos ante unos templos de ladrillo abandonados, semidestruídos y comidos por la vegetación. Aún pueden verse los boquetes de las bombas americanas. Llega otra moto con un sueco (Henrik) y, más tarde, los autobuses de turistas. Es el momento de largarse.
desayunamos en el Tam Tam Café. Hay un cincuentón al que le gustan los muchachos vietnamitas que está invitando a tres chavalillos. Uno de ellos me pide tabaco y le dice a Beni que se parece mucho a su madre. Ella siempre mimetizada y yo dando el cante con la barriga y el pendiente.
El patio del hotel (en el dibujo) es como el de una casa. Los niños juegan con un perrito. Una señora barre con una de esas escobas que usan con una sola mano, tiene unos treinta años. Yo confundo unos con otros y a ellos les pasa lo mismo con nosotros.
Me vienen imágenes de los búfalos de agua y las mujeres metidas en el agua de los campos de arroz. Los hombres arando con unos tractores pequeños de ruedas metálicas. El patio de un colegio abarrotado de niñas uniformadas, respondiendo todas a la vez a la voz que habla desde un altavoz.
Paseamos por el río al atardecer, cuando toda le gente y sus barcas brillan. En el patio de un restaurante, probamos el Cao Lau, fideos gordos con carne de pato, brotes de soja y cortezas cortadas en cuadraditos. Nos gusta. Las mesas están ocupadas por camareros con la consigna de hacer bulto.
Un paisano pasa con una báscula grande que también mide la altura, un lisiado vende periódicos en francés e inglés, un ciclista con un perrito en el portaequipajes, guiris cansadas... aquí sentados, mirando la calle, estamos tan entretenidos como los marroquíes bebiendo té en sus terrazas cotillas.

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