jueves, 22 de septiembre de 2011

un paseo por madrid

Es impresionante la cantidad de estímulos que puede recibir uno en un solo día en Madrid.
Desayuno de café con leche con bizcocho recién hecho en un asador de pollos de Martín de los Heros, oyendo la dulce voz de unas canarias en la mesa vecina. En frente de los cines Golem, antes Alphaville, están expuestos algunos artilugios de La piel que habito, de Almodóvar. Preciosas esculturas de vendas y heridas, del dolor prensado que tantas veces vi en los libros de mi abuelo Juan. Me gustan por que profundizan en algo que hay dentro de mí. La máscara semi orgánica en esa silueta atlética de super héroe. En la esquina con Plaza de España, un bonito edificio de hormigón blanco del que salen ramas de bronce en los últimos pisos, rompiendo esa organización matemática, reticular.
Artesanía sudamericana, réplicas del oro colombiano precolombino, símbolos aztecas con semillas y conchas preciosas de colores (naranjas, rojas, moradas). Dibujo las impúdicas señoras del cántaro de la fuente de Plaza de España mientras Beni compra. Subimos a Callao. En el primer piso del Starbucks dibujo la plaza, hasta que Beni viene con la lana para el invierno.
Quedamos con Alfonso en el Mercado de los Mostenses, un mercado barato cuyos clientes son, esencialmente inmigrantes. Allí hay todo tipo de frutas, verduras, hortalizas y legumbres, de todas partes del mundo, y sus pescaderías tienen peces totalmente desconocidos para mí. En el interín, veo el bombín de Sabina sobre la visera de un teatro de la Gran Vía en un tamaño desmesurado, apunto con nostalgia whiskerías y las casas de comida baratas en Antonio Grilo: Tormes, Rochela (venezolano) y La selva, que está a tope.
Cuando entramos al mercado, Beni piensa que de golpe estamos de viaje. Allí nos tomamos unas cervezas en el bar del peruano Manolo (así le llaman en España; en su país Manuel, y Mañuco o Mañuquito en su crianza en Chingote, uno de los mayores puertos comerciales del norte de Perú) charlando con su hermano, que dice haber triunfado en España, a la que está agradecido pues le debe todo. Manolo no es el dueño, sólo el encargado, donde trabajan él y su mujer, china. Tiene buena mano y me dibuja un cuy y una rata para destacar sus diferencias, su mujer nunca ha visto este animal. La comida es peruana y china, chifa, con tapas exquisitas como causa limeña, pollo escabechado con cebolla, ceviche, arroz chaufa o cordero en salsa de verduras, ají y cilantro (todo riquísimo). Una vez añadidos todos (Alfonso e Isabel, que también piensa que está en otro país), decidimos terminar de comer aquí. Nos construye una especie de menú para todos, un auténtico lujo a un precio ridículo. Dos fallos: no hay pan (fácil de subsanar dentro de un mercado) y el vino, que es Don Simón, ni con gaseosa entra. Los clientes habituales, comen sólo un plato, bastante abundante.
Cafés y digestivos en el Café Moderno, en su terraza bajo los árboles de la Plaza de las Comendadoras, donde el camión hormigonera hace piruetas.
Por la tarde vemos una expo de maquetas de barcos en Mapfre, CA-RO-TA (sobre el trío Gordillo-Arroyo-Socías, con motivo de una sesión fotográfica para El País Semanal y sus consecuencias) en Ivorypress y la  magnífica expo comisionada por Norman Foster y Fernández-Galiano sobre la obra de Jean Prouvé (1901-1984). De este último, me encantan sus casas desmontables, sus muebles, sus estructuras metálicas y piezas modulables en aluminio. Hago unos dibujinchis, excitado por las piezas expuestas.
Después, la puesta de sol roja roja en la terraza de Alfonso y cañas y vinos en el Muy, dónde las chicas me han guardado unas cuantas chapas. Nos cuentan que quieren poner comidas de plato único contundente (estofados, potajes y cocidos) a la manera del Bierzo.
Alfonso nos presenta su última entrada en su archivo de restaurantes: Selva, una casa de comidas con preciosos ventiladores y banquetas, barra de los setenta y buenas tapas (patatas revolconas, sardinas en escabeche y ensaladilla rusa). Aún quedan unas cuantas sillas preciosas de su inauguración, a punto de extinguirse. Allí aparece Álvaro, que viene de Córdoba, y me pongo en la cola de los besos. Fumamos y reímos, y luego todos a casita, que ha sido un día muy ajetreado.

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