sábado, 1 de octubre de 2011

la berrea y el jándula













Cuando llego a Mestanza están en plena berrea. Después de la siesta, cojo la carretera del Hoyo y luego la de San Lorenzo. Me siento tranquilamente y oigo a los machos berreando a pleno pulmón. Primero de algún punto lejano, luego a la izquierda, un poco más arriba. Soy incapaz de verlos, habría que buscar un cortado o una zona sin árboles y esconderse, como hicimos en Las Navas. Cuando oigo ese tremendo bramido un poco más abajo de mi puesto se me pone la carne de gallina.
Cojo la furgo, bajo hacia el Hoyo y me desvío por el camino de la Hoz del Jándula. Prefiero atravesar el río andando, por si. Sigo el sendero que bordea la valla y luego me bajo al río. Por aquí es mucho más difícil avanzar con estas piedras tan grandes y resbaladizas, pero es muy placentero caminar con el sonido del agua a la sombra de fresnos y alisos. Me voy quedando sin luz y decido volver. Hay muchos coches y gente en las casillas, han venido a oír a los grandes astados.
Lo más chocante es que esas tremendas astas, con las que pelearán entre ellos, las perderán y tendrán que volverlas a formar en cuatro o cinco meses; un tremendo gasto energético difícil de entender.
Cuando casi ya es de noche, a las ocho y media, aparco cerca de la desviación hacia Solanilla del Tamaral. A esta hora parecen estar desesperados. Es impresionante.
El cielo fabrica líneas rojas horizontales y luego una luna creciente como la uña de un gigante cósmico.
A la vuelta, se cruza algún macho más joven con pocas posibilidades. Me enseña su culillo blanco y se mete entre las carrascas. Pienso qué distinto es un día al siguiente en este mundo en que todo va tan deprisa.

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