lunes, 2 de abril de 2012

pantano de montoro y laguna de la alberquilla






Amanece lloviendo. Apenas si se ve la silueta de la Sierra de Puertollano, escondida tras las nubes. Compro un pan pequeño. María Eugenia me da recuerdos para su chacha. La tienda tiene cosas que creía ya no se usaban. Compro una escoba de caña, maizena y un champú. Ha dejado de llover y me voy con los trastos al pantano. A medio hacer el dibujo, se pone a llover. Lo que era alegre y soleado, se vuelve triste y sucio. Comemos conejo a la Panta, un rico plato que ponía Panta de tapa aquí, en Mestanza. Beni lo mejora con cebolla y setas.
Por la tarde, cojo el camino de la casilla de Cañas y El Acebuchar. Subo el camino de la Laguna de la Alberquilla. Dejo el coche junto a la casilla, arriba el camino se complica para un coche tan bajo. Huele a tomillo, lavanda y mejorana. Desde arriba, el valle se ve en todo su esplendor. Verde y punteado. Tiene tonos distintos de verde y distintas luces, dependiendo de cómo la filtran las nubes. A lo lejos llueve. La cortina de agua es oscura frente a las nubes y como una columna de luz sobre el azul de la sierra y el verde del campo. Me meto campo a través para llegar a los peñones verdes y rojizos, que dibujo. Detrás está esta laguna volcánica, con agua y carrizos rojizos en su interior. Aún quedan troncos pelados de las carrascas incendiadas hace unos años; pero todo está bastante recuperado. Se pone a llover y me meto bajo el paraguas, sentado en las peñas. El sol ilumina lateralmente las montañas de enfrente, ilumina los peñones de las cumbres. Este sitio es una maravilla. Aquí se han visto ejemplares de cigüeña negra, jabalíes y ciervos, que vienen a beber. A la vuelta dibujo el valle. Al bajar, me salen liebres de fuertes tonos anaranjados, blancos y negros. También perdices. Oigo codornices y pájaros. Decenas de ellos salen de una zarza al cruzar. Se pone otra vez a llover. Me he librado por los pelos.

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