miércoles, 1 de agosto de 2012

en toronto, sin maletas


Vamos en avión a Londres, donde tenemos que cambiar de avión deprisa. Un español nos ayuda a agilizar el traslado. Nos saca del apuro. El viaje a Toronto se hace coñazo, sobre todo porque volamos en el mismo sentido de la rotación de la tierra y no anochece nunca. Un día interminable, infinito. Uno puede imaginar el cansancio de vivir que daría la inmortalidad. Cuando llegamos a Toronto sólo son las ocho de la tarde.
Esto no empieza bien. Nosotros logramos coger el avión Londres-Toronto, pero nuestras maletas no. Una azafata de British Airrways nos dice que llegarán mañana a medio día y que disponemos de 50 dólares cada uno para comprar lo imprescindible.
La bandera de Canadá tiene una hoja de arce. Nos cuentan que de su sabia se obtiene azúcar.
El hotel, Westin Harbour Castle, es una torre en la orilla del Lago Ontario, con mucho movimiento de gente de negocios. Caro. Tengo que dejar un depósito de 150 dólares para llamadas y un gasto en blanco de visa para el minibar, en plan Jaragüa. Los ricos desconfían de los ricos, por algo lo son. El aire está muy fuerte, lo apagamos. Las vistas al lago son formidables, los barcos circulan. Desde la ventana del pasillo vemos iluminarse los rascacielos.

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