lunes, 20 de agosto de 2012

el bosque junto al mar


Ya tengo mi scooter para moverme por la isla. El encargado me dice que no la use por carretera. Ni puto caso, cojo la route 14 y allá voy.

Jordan River y sus playas de cantos rodados plagadas de cangrejos. 70 kms. Lleno el depósito y la cantimplora extensible de cinco litros para ir sin miedo. Tengo para 200 kms. Me gustaría dormir en Renfrew, a 42 kms de aquí. Paro en una casita de madera muy agradable a comer. Me salgo al  porche para controlar la moto y porque al sol se está muy bien. Me pido una Victoria lager y un sandwich de ensalada de cangrejo con una sopa. Me siento muy bien. La sopa me relaja. El sandwich va en media hogaza de pan blanco. La camarera es muy elegante. Lleva una rosa tatuada encima del tobillo, con un largo y enrevesado tallo. Dos abuelillos se enrollan conmigo en español, italiano y francés. Ella tiene muchas ganas de hablar. Su marido estuvo estudiando en Barcelona. El sol me acaricia y una modorrilla se va adueñando de mí. Pido un espresso y me pasan la visa por la bacaladera.

Bajo a French Beach, donde toman el sol y se ponen colorados. A mediados de abril y de diciembre pasan las ballenas que emigran al Golfo de California traspasando el Estrecho de Bering. Aquí están los árboles gigantes de Bea: los Abetos Douglas. Tremendos. Dejo la moto en el parking y me adentro en el bosque, recorriendo kilómetros de suelo blando, escaleras de madera, puentes colgantes, para llegar a la Playa Francesa y a la Bahía Mágica de Juan de Fuca. Me instalo junto al Río Sombrío, a un kilómetro de la moto. Esto es salvaje, precioso. Me doy un baño, el agua está congelada. Es una playa llena de cantos rodados y gruesos troncos. Monto la tienda sobre el suelo blando verde musgo vivo. Alguien está labrando un totem en un árbol seco. Hay una casa de madera a medio hacer con gallinas picoteando alredor y una tienda del ejército con una chimenea de latón oxidado, de la que salen voces de niños. Oigo cuervos y el gorgoteo de un pájaro. Una cabra blanca mueve el cencerro y bala. Enfrente, azules y altas, las montañas de Seattle.

En Port Renfrew compro comida, un cazo y un hacha para cortar leña. La motillo no puede con las cuestas. Llego a oscuras al bosque. Hago un círculo con los cantos rodados de la playa y, en él, un pequeño fuego. Ceno sentado en un tronco, mirando para Seattle y arriba las estrellas. Me bebo un gin canada dry de gengibre, que me sabe a gloria. Hace fresquito y me acuerdo de Beni. Uno puede inspeccionarse como si fuera un extraño y, quizás, me vaya haciendo mayor.

2 comentarios:

  1. Gosto muito de viajar, mas também gosto de ler literatura de viagens...

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    1. Esto no llega tanto, pero me hace recordar buenos momentos. Gracias Eduardo.

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