sábado, 8 de septiembre de 2012

llegamos a panjim





El francés también se levanta. Pliega la litera de arriba, en la que no ha dormido nadie,  se sienta cómodamente y me hace un hueco a su lado para que pueda dibujar. Las dos señoras siguen durmiendo. Pasamos más tiempo dentro de los túneles que fuera. El sol puede con la niebla durante el café con leche, iluminando los campos de arroz y las casitas rojas techadas en teja o paja (parecidas a los bohíos cubanos). Los caminos se curvan entre la hierba. En la estación de Kudal, un león melenudo lleva unas famosas chanclas. En Pernem salgo a estirar las piernas. En Thivin la estación está escavada en la roca. Atravesamos el puente metálico y, finalmente, entramos en Karmali.

Cogemos un rickshaw motorizado hasta Goa Velha, y allí un bus a Panjim, la capital del Estado de Goa. Vamos al Hotel República, muy bonito por fuera pero vacío, sucio y aburrido. Comemos en el restaurante del Hotel Venite, en el barrio viejo portugués (entre el Altinho y el arroyo Ourém). Busco los dibujos que Toña y Enrique hicieron en la pared. Comemos fritada de pescado, rica rica. Recorremos el barrio. Nos gusta Casa Afonso, regateamos en portugués y nos instalamos. 

Casas de colores con balconadas de madera, letreros en portugués, autos Palmini, vino y cerveza en los restaurantes, las tiendas de nuestra infancia (con caramelos en botes de cristal), niños jugando en la calle con pantalones cortos, iglesias enjalbegadas. Tomamos algo en el Venite. Fenylon, el camarero, me hace dibujarlo con su bandeja. Luego le insinúo que se estire en la sobremesa. Menos que el Buyo. Damos una vuelta por el río. Estoy a gusto, pero Beni está intranquila, no se relaja por la noche cuando caminamos bajo estas débiles bombillas amarillas. ¿Cómo acabar con esos fantasmas?

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