viernes, 5 de octubre de 2012

cañón del sumidero








Desayunamos en la habitación. Le cuesta pero, finalmente, sale el sol. Compramos billetes para Tuxla y Palenque. En el bar de la estación venden postales del comandante Marcos, gran pope del EZLN, que en 2001 se pronunció en el Palacio Legislativo del Zócalo, en el DF. En Tuxla pillamos un colectivo para Chiapa de Corzo. Malecón, embarcadero, esperamos a más gente. El malecón Cahuaré contiene la peste del turismo: mogollón de tiendas, precios desorbitados y buitres a tu alrededor. ¿Quince pesos por una botella de agua, por qué, porque somos extranjeros? La historia de siempre. Montamos todos en una barca que va muy deprisa hasta la entrada del cañón. Empezamos e ver cocodrilos, cormoranes y buitres con la punta de las alas blancas. Nos pasean bajo una cascada con forma de abeto. Esto resulta bastante impresionante. El cañón llega por aquí al kilómetro de alto y quince de profundidad, doscientos en las presas. Nos llueve fuerte por la velocidad de la lancha y empieza el calor en el gran lago final, a los cuarenta y dos kilómetros. En un restaurante colgante tomamos sopa de pescado, picante, muy rica. La pareja de mexicanos tiene otro ritmo que los guiris y se toman su tiempo para comer. Nosotros les acompañamos mientras se mosquean en la barca. Son Jorge y Claudia, poblanos de vacaciones. Colectivo hasta Tuxla y otro de allí a San Cristóbal. Montañas alucinantes, poblados pequeñitos, ermitas, indias caminando. A las siete y media, estamos en San Cristóbal. Cenamos en el Salsa Verde unos alambres con cervezas Victoria, amenizados por el grupo Revólver y rodeados de españoles viajeros que hablan del lecho de flores de Tailandia y un grupo de tristes mexicanos que beben agua de fruta en la comida, pues la cerveza es un lujo.



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