jueves, 29 de noviembre de 2012

agua amarga octubre 2002


Nos despertamos en casa de Concha y Pablo. Manolito no para de chaspar delante de un Nesquik con ositos mojados. Ayer nos invitaron en la huerta-granja-restaurante de unos holandeses cerca de Villena. Ponen productos de la tierra, pero no es vegetariano pues crían pollos.
Por Yecla y Jumilla vamos a Murcia. Cogemos la salida de Carboneras desde la Autopista del Mediterráneo, hasta llegar a Agua Amarga. En La Palmera 66 euros con vistas al mar. Comemos en una terraza rodeados de alemanes viejos. Una señora de pelo blanco no para de repetir la palabra bolinga. Es la adecuada para definir su estado.
Pareciera que somos felices tomando el sol frente a unos sargos abiertos a la plancha, aquí en la playa. Nos echamos una siesta y luego salimos a la terraza. Dibujo a Beni delante de la playa reservada para embarcadero. Mirando de frente al sol, el agua se convierte en un espejo iluminado por un gran foco que diluye nuestras pequeñas preocupaciones. Estoy contento porque esta luz parece haberse quedado en el dibujo, en el cuaderno, y podré mirarla en casa, en el curro.
Mientras, la jodida alemana no para de reír junto a un viejo barbudo plagado de tatuajes, como una hawaiana en una isla con una sola palmera y un texto alrededor del ombligo. Los escasos indígenas juegan a las cartas. Un coche se quedó atascado en la playa. Tiene que ser un coche grúa 4x4 dice por el móvil. La parienta se saca una teta. Luego se monta en un viejo Peugeot 504. Me gustaría que también lo hiciera la abuela riente, aunque ya las cosas se cubren de capas de niebla y me van importando cada vez menos.

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