jueves, 24 de enero de 2013

trujillo






Nos levantamos resfriados y con dolor de estómago, seguramente del aire acondicionado de El Hebrón, el único restaurante con wifi que encontramos en Chiclayo. A las ocho nos llega la ropa limpia. Desayunamos en la cafetería de ayer y le hago un dibujo a Carolina, la camarera.

En el colectivo ya notamos la diferencia con Ecuador. Adiós a los monólogos, a los indios con sus uniformes distintivos y sus gorritos, a las lonchitas de plátano frito y al trasiego de clientes cargadas de bebés, el herbolario o algún animal. Esto es Perú, con sus pelis de Yackie Chan, guiris en los autobuses, donde no se vende comida, se factura el equipaje y se hace cola para comprar el billete.

Después de atravesar desierto y desierto, con algún oasis con arroz y palmeras, llegamos a Trujillo. Una ciudad sucia y polvorienta en medio del desierto. la arena se posa en los tejados, toldos y zaguanes. Todo está sucio y tapado de polvo gris, hasta los árboles, viejos y olvidados. La única alegría son los colores de las casas coloniales alrededor de la Plaza de Armas.

En San Francisco vemos al santo con un violín en la mano derecha y el Museo del Juguete una colección bien instalada y fácil de ver. Hay juguetes antiguos de todo el mundo y algunos juguetes precolombinos curiosos. Hablamos con el cuidador de la marca española Payá, la alemana Schuco, los coches de baquelita y otras curiosidades. Nos alarga el cierre media hora para que terminemos de verlo. El café del Museo es un café antiguo del tipo de los europeos: barra de caoba, historiada máquina de café, armatoste de caja regristradora, vitrinas... aguantamos un buen rato mientras, en la calle, llueve.

Lo mejor del Mercado Central, más normalito que los ecuatorianos, es que los letreros están pintados a mano. Dibujos inocentes, planos que quieren ser útiles sin ninguna pretensión artística. Leo: prohibido tocar cornetas y me imagino una historia nocturna de dolor de cabeza. Comemos cabrito con arroz y frijoles. Cenamos unos prensados, que es como llaman a los sandwiches (a los bocatas sanduches) y unos tamales, de ínfima calidad comparados a los lojanos, en el restaurante pollería La Plaza, bastante chulo, en plena Plaza de Armas.

No acabamos de instalarnos, de pillarle el punto a ésto. Hemos cambiado de país, de clima (de alta montaña al desierto), de paisaje, de forma de hablar, de comer y de vivir, todo a la vez, y no resulta tan fácil. Cada día es distinto. Echamos insecticida en la habitación. Se largan las mariposas. 

6 comentarios:

  1. Me encanta el seguyndo la cafetería El Museo, plena de color

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  2. Bueno, no había prisas, fuera llovía, una mesa, puedes sacar todo y ponerlo encima de la mesa. Gracias.

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  3. ¡Qué hoja de periódico es ese diario!, increible. El segundo también me fascina, lo tomo como favorito.

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    1. Creo que ya lo puse en De Vuelta y me comentabas lo que te sugería tanto color. Gracias Clara

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  4. Ha mi me encanta los viajes que haces, como los cuentas, los dibujos...
    Es mas cuando entro en un bar en Madrid me parece estar viendo un dibujo tuyo

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    1. Pues cuando vuelvo a casa por las noches, veo un farola solitaria y un dibujo tuyo. Gracias Luis

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