sábado, 9 de febrero de 2013

la recoleta y el cedro milenario



Visitamos La Recoleta, un convento franciscano aún en uso, fresco, con naranjos en los patios con soportales sobre columnas octogonales, y mucha paz y tranquilidad. Sólo estamos Beni, yo y nuestro joven guía dominico, tímido y de pocas palabras, al que hay que estar preguntando para que no muera. El cuarto patio es el fin de la edificación, sólo una cara de soportales, y el inicio de la huerta. Allí, un soberbio cedro milenario (1500 años) refresca a los novicios y catequistas cansados de limpiar la alberca y trabajar la huerta que va cayendo en barranco. Lo mejor es la colección de objetos populares de culto, hechos por manos anónimas. El joven dominico dice apreciarla en su valor con esa sonrisa aprendida de religioso sin ánimo de discutir. Desde el mirador se ve toda la ciudad, blanca con los tejados rojos. Bajamos entre olores de comidas. Dibujo a las señoras pelando papas. Comemos en un patio fresco. La comida no lleva hierbas desconocidas. Nos sentimos en casa, de vuelta. Hablamos con Mamen como si el viaje hubiera llegado a su fin.

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