jueves, 3 de octubre de 2013

un avión a la isla



Regamos las plantas y preparamos los archeles en la mañana con el estómago encogido, como en todos los viajes. Aunque este es fácil, resulta difícil salir de la rutina. La mochila va medio llena, metemos los bolsos dentro para no llevar tanto cachivache. Quisiera soltarme con el dibujo y olvidarme de las fotos, que acumulo sin ningún recorrido.

Colas en la T4. No hay problemas con las acuarelas líquidas. En el trenillo sin conductor me acuerdo de Martín. Estamos rodeados de ejecutivos con corbatas listadas.

Nos cuentan que el avión tardará dos horas y media. Nuestro destino es el aeropuerto internacional Los Rodeos (se me encoje el corazón), al que llegaremos a las 18:25, hora local. Allí arriba la gente se relaja. Leo al cubano Pedro Juan Gutiérrez, que me divierte un montón. Hay una cámara en la cola del avión que produce imágenes hermosas. Me fascina, no puedo dejar de mirar los monitores. El agua brilla cuando el avión gira. Aparece la costa y el sol se pone al otro lado del avión. El Teide. Al aterrizar, los pasajeros delanteros aplauden. La familia se presigna. La música suena como un bálsamo. Esto es bonito, verde, montañoso, tierra marrón con toques violetas. Hablan como sudamericanos. Dulce.

Subimos a la guagua. Árboles despeluchados hacen rodales como el pelo de un perro sarnoso. La humedad pesa. El conductor lleva colgado un camello de peluche. Palmeras, palmitos y plantaciones de plátanos. Viñas, eucaliptos y algún drago sin abrir. Nos deja en Puerto de la Cruz.

El hotel nos transporta al turismo de los setenta. Compramos hortalizas sabrosas y huevos para comer, y una cerveza Dorada, con el Teide en sus etiqueta y chapa. Estamos al lado de la estación de guaguas y un hospital de urgencia.

Un puerto sencillo, la fortaleza y unos jardines con lagos artificiales colocaditos como el portal de Belén de Moisés. San Telmo. Plantas carnosas, yucas, pitas y dragos ramificándose matemáticamente. Nada agradablemente antiguo hasta llegar a la Calle de la Hoya, tranquila y bonita que acaba en una plaza donde está Iglesia de Nuestra Señora de Francia y una casa preciosa de dos altas plantas que ocupa el Café Ébano, un antiguo establecimiento con una terraza de cafetines y sillones de enea, donde se está muy pero que muy a gusto.

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