jueves, 21 de noviembre de 2013

o tejo, o polvo


El sol empieza a iluminar el depósito de arriba de la cuesta y luego todos los tejados. Los aviones atraviesan los grandes edificios negros. La ciudad se pone a arder. Los cables de los eléctricos brillan, y los contraluces dramatizan la ida al trabajo. Pequeños jardines florecen entre las tejas y las palomas jubiladas aprovechan para tomar el sol. Hasta la felicidad parece crecer en estas vistas, y mi silueta entre calles de papeles oficiales que el sol reduce a llamas, y luego ceniza. He dormido bien. Me siento bien con este sol radiante.

En metro, la línea verde, voy hasta el embarcadero del Transtejo. La gente pesca y el barco chirría. La ciudad desde el Tajo, o Tejo. Una gran nube detrás de la ciudad blanca. Los aviones se iluminan. En Cacilhas, me imagino viviendo en la Pensâo de Graçia y atravesando el río diariamente por 75 céntimos. La calle principal mantiene antiguos edificios de azulejos. El Partido Socialista y el Centro Libertario, o rey da sardinha assada, los bomberos voluntarios. La iglesia la cuida una señora muy simpática que me enciende la luz. Aparecen los azulejos con la huída a Egipto, la Anunciación... El púlpito es un balcón en la pared, las imágenes juguetean entre el verde y oro. Desayuno un galao en el Sabores do Tejo, acariciado por este sol que entra por los ventanales. Parroquianos con gorra leen el periódico. Los servilleteros tienen forma de mango. Me fumo un SG azul.

Al final del elevador, a la izquierda Calçada do Combro y otra vez a la izquierda Travessa do Alcaide, está el Noobai con una terraza espectacular para jóvenes desocupados que toman el sol y oyen jazz. Me pido una cerveza Imperial y un sandwich italiano. Se va llenando de guiris de ojos azules que piden vino. Dentro tiene desgastados muebles reciclados entre paredes azules y rosas. 

En una papelería veo los cuadernos que usa Eduardo y muchos más. La chica hojea el que estoy haciendo y le hace una foto para pasarla por el monitor, y allí queda obrigada y feliz. Tranvía y paseo hasta la antigua Estación Central, que la han remozado tanto que parece nueva. El hall es una sala estúpida de exposiciones. La supernada. En el número 22 de la plaza está el Café Nicola, modernista, con muebles y lámparas de acero inox bastante chulos. El chá me pone de los nervios. Se me antoja Lisboa cosmopolita, con este lujo pasado que permanece contra el curso de los tiempos. Algunos clientes con sombrero y gafas de sol, y señoras con velo de luto con cigarrillos largos me transportan.

La tienda de J Gomes de Santos, con la vitrina interior valenciana donde veo aquel cocodrilo rodeado de monedas. En la Avenida da Liberdade el Tívoli anocheciendo, atravesado por una columna de humo que sale del carrito de una castañera. En el 211, Eduardo expone con más gente en un piso diáfano con los suelos de madera, techos altos y sanitarios verde pastel. El resto del edificio lo ocupan talleres para artistas. Me dice que le gustaría ir a Madrid. Le ofrezco mi casa con los beneficios del barrio.

Cenamos arroz con pulpo, riquísimo, en una casa de comidas cerca de la Plaza del Carmen. Nos ponen un perolo gigante para los dos hombres y un queso con forma de magdalena, que se come con pimienta y sal. Lo pasamos bien dibujándonos unos a otros. Eduardo me dibuja despeinado y Margarida repeinado, pero la mejor es Leonor.

2 comentarios:

  1. Delicio-me a ler as tuas memórias. Também eu quando vou a Cacilhas penso em dormir nessa pensão.

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    1. Algún día tendrán dos clientes asegurados. Y dos cuadernos.

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