jueves, 6 de noviembre de 2014

una vuelta por caibarién



Anoche hubo jaleo, creo que llegaron unas vecinas portuguesas. Me ducho temprano. Al salir de la casa suena una alarma ¡Una alarma en Cuba, hasta donde hemos llegado! El pueblo está precioso con sus casas de madera como durmiendo. Las despierta el grito de un cerdo que quiere librarse de la matanza. Es un inmenso cerdo negro que dos cubanos tratan de colocar en un bicitaxi con las pezuñas atadas.
- Óigame, ¿ustedes van a matal ese seldo?, preguntan unos niños ociosos.
- No, solo vamos a haserle cosquillas.
- Óigameee, ese seldo ronca muuucho.

Junto a la estación de Astro hacen botella. La estación está muy nueva. Pregunto por la guagua de Caibarién. Me dicen que está saliendo, que no hay otra, frente al hospital puede coger un taxi.
- Puede ser uno el primer presidente negro de los Estados Unidos.
- ¿Collin Powell?
- Nooo, otro chavalico que salió nuevo.

Pasa una guagua con un teatro de guiñol y unos cubanos con frascos para recoger su litro de leche.
- ¡Florerooo!
- Israel, ¿dónde vas Israel?
- ¡Muuula!
- No eres Blancanieves, eres la primita del enanito.

En el cine de la plaza ponen El crimen del padre Amaro, una peli mexicana de Carlos Carrera, en la que trabaja Sancho Gracia. El cartel está hecho a mano. Recuerdo que en Santa Clara ponían Celos de Vicente Aranda. Los niños ponen el aro de una bici en la ventana para jugar al baloncesto. 

La señora Ania no tiene sentido del humor. Cuando pregunta sonriendo si nos quedaremos otra noche se le pone cara de dólar. Nos saca 15 fulas por una cama en una barbacoa con baño compartido. Desayunamos entre albañiles. Para construir no usan el yeso. Echan una capa de cemento grueso y otra encima de cemento fino color tierra. Pregunto si les resulta fácil conseguir el suelo de cemento hidráulico. Dice que se hace en Cuba, a cinco pesos la loseta. Pero ella lo va a quitar y poner uno de esos cerámicos rebonitos. Nosotros ya hemos pasado por esa mierda. Para quitarle la idea le digo que en España ahora se busca el mosaico, que es mucho mejor, más duradero y allí cuesta mucho más. Es inútil, está convencida con la porcelanosa.

Frente al hospital, nos ponemos en la cola para Caibarién. No se respetan demasiado, los listos se meten en los coches y les importa una mierda el sistema. Hay orden de arriba de parar los vehículos para recoger a la gente. Después de una hora nos metemos en un Lada arreglado donde caben doce. Nos piden cinco pesos. En la entrada del pueblo han puesto las letras de Caibarién en cemento y un enorme cangrejo de ferrocemento, al modo de los dinosaurios de la Gran Piedra. Las aceras están hechas con grandes losas de piedra pulida y desgastada por muchos muchos pasos. Casas de madera con porches y fachadas pintadas de verde. Paramos en la Cafetería Liceo en un increíble edificio. Naves vacías en el puerto, como graneros ingleses, un auténtico museo viviente. También un triste gimnasio con pesas decimonónicas, junto a la sociedad La Tertulia.

En el mercado hay una oferta de cerveza dispensada (de grifo), pero cada uno tiene que llevar su vaso. La gente lleva botellas de plástico de dos litros, tarros de cristal y unos vasos chapuzas uniendo dos latas. Yo presento mi tarro del agua para las acuarelas. Recorremos el malecón. Hay familias en bañador comiendo y oyendo la radio del Plymouth. Comemos algo en un chiringuito donde las parejas se convidan. La música está a tope. En frente están los cayos Santa María y Las Brujas, con aeropuerto, con playas blancas para los turistas, en las que solo hay hoteles y muy caros. 

-Tremendo golpe se dió. El radiador se pochó porque el agua se botó.

Frente a la peluquería La Fantasía salen los taxis para Remedios. Hay una cola que rápidamente se deshace cuando para un camión y todo el mundo se arremolina y se cuelga del remolque. Demasiado, nos vamos a lo que llaman La Terminal, una estación destartalada de tren donde también paran las guaguas para Santa Clara, Remedios, Buenavista, Dolores, Las Vacas y Carahata por un peso aprox.
Con suerte pillamos a las taquilleras, antes de irse a la sala a ver la tele, y sacamos los boletos. Esperamos en la sala. Son curiosos los asientos y los ceniceros caseros. Hay sillones para parejas y para tres que parecen de un cine cutre. Las taquillas son desiguales. La gente se acerca, pero las taquilleras siguen viendo la tele sin inmutarse. Una de ellas se estira y la otra se echa una buena siesta. Nos tomamos unos sorbetes Baconao, sabor tropical. Llega el tren de Camagüey y se forma la cola en la ventanilla 2. Las taquilleras ahora ven los dibujos animados. Una de ellas levanta una mano y grita ¡estoy aquí!

Llega nuestra guagua y todo el mundo se mete. Naturalmente, el número no servía para nada. Nos quedamos sin asiento. ¿Oíste amigo? sin asiento. Y los dos paletos de Siudarral con el 0 y el 1. Otra vez el enorme cangrejo. Bajamos en Remedios. Saludamos al peluquero empeñado en cortarme el pelo y hacerme las patillas, y luego a Ania, que lleva su cara de fula. Descansamos en el maravilloso Louvre, típico bar tropical de barra baja y camarera negra alta, con las puertas abiertas a la calle.

Mientras Beni va a casa, yo me animo a pelarme. El peluquero me comenta que es un pueblo de un día. Yo le digo que me gusta, que vendría más si fuera fácil desplazarse. Dice que para él también es difícil porque una moto cuesta 225 pesos. Acabamos con el rollo del robo al turista y la gente que resuelve. Le digo que sé que el pelado no cuesta el dólar que me pide pero que se lo ha ganado. Me dice que se llama José Hernández y me deja hacerle una foto.

Compro dos emparedados en La Fe y unos aguacates gigantes a un negrito que vende por la calle. Los chavales van al baile como gallitos mirando por encima de las lentes ahumadas. Ellas bien repretadas y tacones altos con camisetas de los guiris de Caja Canarias, italianas de Puma o del Athletic de Bilbao. La gente mayor baja muy arreglada, alguna con mantones de Manila. En una casa de Limpieza e Higiene han puesto un cartel que reza: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Pasa el manisero con su carrito.
- ¡Manisero!, llama un niño de tres años que circula con su perrito Rocky y sus amigos Adrián, Gabriel y Lázaro.

Mientras los saludo y afoto, me doy cuenta que ya estoy en casa y que le traigo unos presentes a mi Beni.

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