sábado, 1 de octubre de 2016

casillas a punto de desaparecer



Hace dos generaciones, el campo estaba lleno de casillas, donde sus dueños y familias vivían todo el tiempo en que había que regar la huerta. Estaba junto al pozo, coronado con una noria donde un burro o una mula giraban para sacar el agua hasta una alberca, y unos cuantos olmos daban una buena sombra.
La siguiente generación logró comprar algún vehículo (bici, moto, coche o el propio tractor), el agua se sacaba con un motor diesel y ya no hacía falta estar tanto tiempo en ellas. Y la siguiente, la mía, las ha abandonado, y solo quedan aquellas convertidas en residencias para el verano, que son mucho más amplias y la alberca ya es una piscina.
Así, la mayoría, se han convertido en cochera para el tractor y archeles, o se han abandonado a su suerte. Al ser de barro y no mantenerse el tejado, se van hundiendo. Los árboles se secan y lo que fuera un vergel se convierte en ruinas desérticas.
Esta forma de vida veraniega, no era aislada, pues había un buen rollo de vecindad entre casillas cercanas. Y por la noche unos se visitaban a otros para la charla nocturna. Los chavales también iban de alberca en alberca para poderse bañar y, cuando la noria estaba funcionando, beber agua fresca de sus pozos (hoy contaminados por el uso de fertilizantes e insecticidas).

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