sábado, 31 de diciembre de 2016

el ángel anarquista

Melchor Rodríguez, a la izquierda, en un acto en Madrid de 1938




El 8 de diciembre de 1936, Alcalá de Henares fue bombardeada por la aviación sublevada. Desatadas todas las furias, un grupo de ciudadanos armados se dispuso a asaltar la cárcel, donde se hacinaban 1.532 reclusos. Estaban acusados de quintacolumnistas, una expresión con la que el general golpista Emilio Mola designó a los simpatizantes del alzamiento que luchaban infiltrados en las huestes republicanas. El entonces delegado de prisiones, el anarquista Melchor Rodríguez, conocido como "el ángel rojo" por salvar la vida de miles de personas, se desplazó hasta la ciudad complutense y, tras una dura negociación, consiguió detener el ataque. Les salvó la vida.

“La muchedumbre, aterrorizada por los incendios provocados y las víctimas causadas por la aviación rebelde (seis muertos, más de 50 heridos), se amotinó rabiosa, juntándose con las milicias y hasta con la propia guardia militar que custodiaba la prisión. Se dispusieron a repetir el hecho brutal realizado cinco días antes en la cárcel de Guadalajara (donde asesinaron 319 de los 320 presos)”, según lo describió el propio Melchor Rodríguez. Su relato, que se conserva en el archivo de la familia de Martín Artajo, exministro de Franco, narra más de siete horas de dura negociación en la que hubo enfrentamiento dialéctico, insultos, amenazas y forcejeos por parte de la muchedumbre. "¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos".




Entre los 1.532 presos sospechosos de simpatizar con el alzamiento, se encontraban nombres que llegaron a ser relevantes personalidades durante el franquismo, como Agustín Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuestas, Martín Artajo, Luca de Tena, Serrano Suñer o Rafael Sánchez Mazas. Sin embargo, Melchor Rodríguez, convertido para muchos en el ángel rojo y para otros en un traidor, siempre renunció a las posibles prebendas que le podrían haber ofrecido los hombres a los que salvó.

No solo eso, además tuvo que someterse a la misma represión de los derrotados por su pasado anarquista: fue condenado a 20 años de prisión en un consejo de guerra amañado con testigos falsos. Cumplió cinco. Solo el testimonio de Muñoz Grandes, a quien había salvado aquel 8 de diciembre, le libró de la pena de muerte. Su vida se apagó el 14 de febrero de 1972. Ese día, un joven desplegó la bandera de la CNT ante la atenta mirada de algunos jerarcas del franquismo. No hubo incidentes en un entierro multitudinario que, en plena dictadura, reunió a anarquistas y franquistas.


Fran Serrato 

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