viernes, 3 de febrero de 2012

algodón en el cañón y el cóndor pasota


Tengo problemas para respirar y me desvelo. A las siete y media desayunamos con el grupo, metidos en su rutina. Café con leche concentrada y tostadas de pan redondo.
Hoy Pablo nos lleva en la combi por caminos y asfalto por la rivera sur del río, hasta Yanque. Mientras Renato arregla asuntos en la Municipalidad, vemos un poco el pueblo, sus casas

antiguas que aún se conservan, a dos aguas con hastiales altos, rollizos atados con tendones del cuello de la llama e itsu cubriendo, que cada vez se va haciendo más grueso con el tiempo pues hay que renovarlo. La iglesia está cerrada. Está completamente rehabilitada por el programa de la Aecid. La dibujo corriendo pues Renato está al llegar.
El valle está verde en esta época del año, hay chacras con papas, maíz y habas y algunos pinos y eucaliptos. Las partes más altas mantienen las antiguas terrazas de cultivo de los incas o coyaguas.
 Pablo bacila con sus gafas de sol nuevas. Trabaja de chófer a tiempo parcial y tiene otra combi con su hermano para llevar gente de un sitio a otro.
Vamos hacia el mirador de la Cruz del Cóndor. Hay  algunos ejemplares en la montaña de enfrente, cortada a lo bestia hasta el río, ya encajonado a esta altura. Cuando la visibilidad es buena y el aire caliente del río sube, algún ejemplar se deja planear para regocijo de turistas.

 Hoy el río es una nube blanca y alargada que separa el mirador de las montañas, como un vacío relleno de algodón. No veremos el desfiladero, ni el río, pero esta imagen es alucinante. Rena fotografía sin piedad, él nunca ha visto este espectáculo. Este mar de algodón del que sobresalen los picos de las montañas. Hago un dibujillo rápido con Miguel, Beni y Renato en el mirador, sin color, con la esperanza de podérselo dar con las fotos. Nos vamos a la cita con el alcalde de Cabanaconde.

 Su iglesia, que fuera de los franciscanos como todas las de la zona,
es muy bonita, de piedra vista sin pintar. La fachada tiene dos torres blancas más elaboradas, con adornos vegetales. Su bóveda de cañón está agrietada y el pueblo espera la intervención de la agencia. Dentro celebran algo un grupo de mujeres con el gorrito cabana. Una de ellas lleva una jarra y fuera esperan los músicos. Los retablos son altarsitos de plastilina con muñecos enranciados. Al fondo a la derecha un retablo barroco muy impresionante. Aquí los muñequitos son de porcelana. Alguna foto del baile del waititi. Los hombres se disfrazan de mujeres con bonete circular de flecos sobre una máscara, extraño chaleco hecho de trozos de tela atada y falda levantada enseñando el refajo. En la fachada hay una escultura muy graciosa, un tanto naíf, de San Francisco. Mientras dibujo la iglesia, nos piden el boleto: Les decimos que somos de la agencia y que  estamos documentando la iglesia con dibujos.
De vuelta, la niebla ha crecido en el mirador y ya no se ve nada, unas siluetas con gorrito cabana recogiendo los quioscos. Paramos en Maca. La iglesia es bonita con su galería de doble alto en la fachada para dar la misa fuera. Detrás, en la plaza, levantan la estructura de madera para el altar de la Candelaria, que se celebra mañana. Muchos palos largos con las banderas rojiblancas de Perú y mogollón de bandejas de acero inoxidable para rodear la carroza de la Virgen. La imagen es chula y colorista. Le pido a Rena que me haga alguna foto, mientras yo trato de guardar algún recuerdo  tosco.

Llega un bus de turistas y las señoras sacan la llama y el halcón, el corderito y la pequeña alpaca para que le hagan fotos a un sol. La agencia ha pavimentado la calle principal y en el terreno anexo a la iglesia van a hacer casitas tipo con porche para los vendedores a turistas, que se quejan de no tener un sitio fijo.

Hoy nos apetece trucha, pero el restaurante está a tope y la opción b resulta ridícula. Les prometo una cena, pues estaremos hambrientos.
Pablo nos consigue un taxi barato para La Calera. Esta tarde probaremos el agua sulfurosa y ardiente de las termas cercanas a Chivay, inauguradas en 1957. Es agua natural que brota a 85 grados y que atemplan con el agua del río, que está lindando. Probamos todas las piscinas de 37, 38 y 40 grados. La última te marea. Volvemos a la 1, que es la más agradable. Es a cielo abierto, tiene unas taquillas de madera preciosas y un bar de madera roja en descomposición, bastante chulo. Da gusto sentir la lluvia (aquí llueve todas las tardes) en la cara metidos en el agua calentita. Se está en la gloria mirando al Colca y las verdes montañas que lo encajan. Lo peor, los loritos argentinos, feas feas.
Me como un salteado de lomo y tallarines que no se lo salta un galgo, con limonada, mientras ellos siguen con los sandwiches (en un Perú!). Luego un extra. Miguel se toma una cerveza, los demás té y jugos, y yo un mate de coca, pues la cerveza me parece del pasado. Las noches son frías y aburridas. Nos dormimos tarde.


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