miércoles, 8 de febrero de 2012

alrededor del titicaca



 Acasito nomás está verde ahora, en el invierno queda amarillo y seco, está lindo, nos dice la señora mirando atrás en el maletero de la ranchera, donde nos han alojado.
Cuando llegamos a Sillustani, nos sorprende que todo sea tan bonito: el paisaje verde, el pueblo de adobe y calamina a la orilla del lago, donde están lavando la ropa, y las colinas verdes sembradas de piedras redondas, donde se ven las siluetas de lo que venimos buscando: las torres funerarias collas. Son unos enterramientos en torres cilíndricas sobre cimientos incas, con más diámetro en la parte superior. Se metían las momias por la puerta inferior y se tapaba todo, hasta lodar la torre, con piedras y tierra arcillosa. Había momias de niños pequeños y cuyes. Al subir vemos que es una montaña que forma una península en el lago Umayo, convirtiéndolo en un sitio muy especial, realmente bello. Todos los alrededores están llenos de torres más o menos completas y algunos círculos espirituales incas. Son los únicos restos de la cultura Colla.
Volvemos con una cholita que se asombra de que nos hayan cobrado diez soles por algo tan feo. La tenemos que llevar a su casa, por lo que visitamos los hermosos pueblos de adobe e itsu como Llungo. Isturi y Cacsi, pueblos de pequeños ganaderos de llamas, corderos y vacas. También recorremos algunos pequeños cortijos de ganado, de adobe o piedra, techo de paja, depósitos circulares y muchos corrales de piedra.
Las carreteras son rectas en el plano altiplano, enseguida subimos la montaña que, al bajar, nos descubre el lago Titicaca y Puno. Hace un día espléndido y comemos chicharrón en una terraza oyendo cumbias andinas. Un motocarro va plagado de gente, un niño vende huevos de codorniz, los corderos pastan en los jardines, costureros cosen con su Singer en pequeños quioscos y todo se llena de polvo y humo malholiente. Un mototaxi nos lleva a la Terminal Terrestre, donde nos subimos a un bus que nos llevará a Copacabana, ya en Bolivia, en menos de tres horas.



 Bendita agua del lago que riega todas las chacras floreadas en todo su esplendor. Todo bulle de vida: los borriquillos, las alpacas y llamas, las vacas, los chanchos pequeñitos. Hasta las cholitas parecen bailar con sus hijos descalzas sobre la hierba. Nosotros también rebosamos viendo esta belleza. Hago garabatos en mi cuaderno con un rotulador gordo negro y los dos pinceles cargados de acuarela verde que me quedan.
Copacabana brilla con el sol, que siluetea en el lago patinetes, barcos, canoas, muelles de madera y palos. Produce paz mirar el lago con esa luz. Nos sentamos enfrente con una Paceña en una terraza y esperamos que aparezcan rojos y amarillos entre las nubes y luego sólo grises en el agua de mercurio y el resto negro. Hago un dibujo feo y hortera como todas las puestas que quieren representarse. Mejor sólo estar. Disfrutar y nada más.



Hergué dibuja las chulpas como algún tipo de vivienda o templo habitable,  y para ello inventa un tipo de puerta y sillería inca que no se corresponde con la realidad. Estos enterramientos tienen una entrada muy pequeña, para meter las momias, y no están huecos. Y no son incas, pertenecen a la cultura Kolla, que vivió en el lago Umayo antes que los incas.

2 comentarios:

  1. El más allá existe, como bien nos muestras. Con este esplendoroso cuento me voy a dormir. Miro el ordenador, veo tus dibujos, en la retina tus acostados barcos de la entrada anterior... cierro fuertemente los ojos a ver si me voy de viaje y os encuentro a tí y a Beni, antes de que me despierte para acudir a mis clases. ¡Felices sueños en tierras andinas!

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    1. Entonces Clara surgió entre aquellos niños testarudos...
      Un beso, guapa.

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